miércoles, 15 de mayo de 2013

LA DAMA DEL PUENTE

Se dice que hace mucho tiempo  hubo un accidente  muy trágico donde  habían dos chicos y una chica  entonces tenían mucho alcohol en su cuerpo  entonces justo en el momento de pasar por el puente  comienzan las discusiones y a la chica le parten la cabeza y la dejan inconsciente   entonces se estrellaron y cayeron al rio entonces los dos chicos pudieron salir con vida pero  a la chica nuca se la encontró.
Hoy en día se dice que cuando tú pasas por ese puente  se te aparece una chica que  te dice que la lleves  pero nadie la recogía.
Pero un día eso cambio y un señor la recogió y  le dijo ben súbete cuando al día siguiente nunca más se supo del señor.
Se dice que los ahoga y los deja en el rio

viernes, 3 de mayo de 2013

LEYENDA DE LA CASA QUE SE UNDIO

una ves en un pueblo muy pequeño que se llama 24 de mayo o sucre  habia una, la unica casa  grande en ese pueblo y tenian muchos trabajadores pero de todos esos trabajadores habia uno    en especial que era muy pobre  y tenia que hacer muchisimo trabajar muy duro y un dia llegan los dueños de la casa y el queria que le dieran el sueldo del mes porque tenia que comprar para la comida de su casa ya que de ese sueldo se mantenia su familia en pie y el se lo pidio y le dijo.
-patron no lo disculpo pero le estoy pidiendo el sueldo que me debe - le dijo el señor
-no molestes viejo pobre despues te lo dare - le dijo el dueño de la casa
y el señor se fue a seguir trabajando llegaron las ocho de la noche y el señor ya se tenia que ir  , la casa del señor era muy lejos de ai y se tenia que ir caminando ,el señor se durmio reso y le dijo a Dios que le ayude con el trabajo .
el señor tenia dos niñas el señor cojio sus cosas  y se fue con sus hijas al trabajo por que ellas querian ir cuando llegaron el señor les dijo que se queden quieta y se siente ai calladas entonces ellas no hicieron caso y entraron a la casa era muy grande y justo cuando entran se encuentran con la hija de los dueños y las vio y les dijo:
-que hacen aqui en una casa de ricos ustedes la gente pobre largense yo soy una niña rica y tengo mucho dinero y siempre lo tendre llamare a mi papa-los fue a llamar y lo votaron del trabajo al señor pobre el cojio a sus hijas y se fue llego a su casa y reso  y le dijo a Dios que porfavor le de trabajo .
al siguiente dia se entero que su casa se habia undido y fueron haber que habia pasado y no habia ninguna casa lo que habia era un lago grande entraron a buscar que habia adentro y encontraron oro alfondo del lago  y el señor lo cojio y se fue a su casa cuando estaba durmiendo el se levanto y oyo  que le gritaban "perdonnnnn perdonnnn " el fue al lago y devolvio el oro .
llego de  nuevo a su casa pasaron cuatro dias y ya no se escuchava nada pero dice que el que coja ese oro se lo llevaran y siempre lo persequiran las almas de los muertos

jueves, 2 de mayo de 2013

UN NUEVO SANSON EN EL NOR OESTE

No cabe duda que en los dos primeros siglos fue el Nuevo Reino de León tierra de frontera.
El gobernador Luis de Carvajal, en sus frecuentes ausencias de la ciudad de León, actual Cerralvo, dejaba a alguien ejerciendo justicia. Sin embargo, imperaba la ley del más fuerte.
Cuenta Alonso de León en su crónica, que un indio tuvo un enfrentamiento con el capitán Lucas de Linares, y que este mató al indio disponiendo que lo enterraran en el corral de las yeguas.
Pero su orden fue tan mal cumplida, que el cadáver quedó con un pie insepulto. Los demás indios lo descubrieron e inmediatamente convocaron a un alzamiento para vengarse y acabar con los españoles.
Estos no se hubieran dado cuenta, a no ser que un indio leal dió aviso a Martín de Solís, quien descansaba tranquilamente en el torreón.
Tal y como el indio se lo dijo, a mediodía dieron los indios el albazo, “dando alaridos y flechando”.
Los españoles tomaron sus espadas, adargas y alcabuces; protegieron sus cuerpos con sus cotas de malla y, con las mujeres y los niños, se situaron en el torreón iniciando la defensa.
Viendo que los indios se llevaban del corral unas cabras, el capitán Linares inprudentemente salió “con su chimal y su espada en mano” con el intento de rescatarlas. Como era Linares el objeto principal de la venganza, los indios le capturaron y, matándole, le cortaron la lengua. Además le quitaron la espada y poniéndole un lienzo en la punta, la esgrimieron victoriosos como bandera.
No disponían los españoles de caballos, que habían quedado lejos. Sólo había uno, el de Hernando de Arías quien, habilísimo jinete, “saltó en él e hizo bellezas”.
Enfrentándose solo a los indios, logró matar al que empuñaba la espada y a cuantos pudo tener a su alzance, haciéndolos huir hacia el monte.
Al relatar esta hazaña recuerda el cronista que “era de tantas fuerzas este hombre que se echaba al hombro un caballo como quien carga un cabrito”; porque así se lo contaron los pobladores antiguos que le conocieron. Le dijeron, además, que “en otra ocasión, viniendo de la provincia de Coahuila a Saltillo, se le cansó el caballo y él se lo echó al hombro con todo lo que llevaba y anduvo tres leguas con él y lo puso a salvo”.
El cronista ve en Hernando de Arías a un nuevo Sansón, por que “libró a su pueblo matando mil filisteos y después cargo las puertas de la ciudad de Gaza hasta dejarlas en lo alto del monte”.

¿QUETZALCOATL EN CERRALVO

Alonso de León, capitán y cronista, hizo expediciones de suma importancia para el descubrimiento y población del Noreste. En 1643, realizó una de estas jornadas, partiendo de la Villa de Cerralvo a las Salinas de San Lorenzo.
Entre la numerosa gente militar y de servicio que le acompaño iba, en calidad de intérprete, Martinillo, indio cataara.
Gustaba el cronista de conversar con los indios, a fin de informarse de sus costumbres. Conocedor de la región, Martinillo le sugirió que el regreso de la jornada se hiciese “por aquellos bosques que acullá aparecen” (y señalo hacia más allá del río de San Juan.
Relató que había allí un ojo de agua que “no corre, ni crece, ni mengua ni se le halla fondo”; y que en su bordo crecá “una macolla de trigo que espiga y grana”, la que, aunque los indios la cortaban, volvía a salir y jamás faltaba.
Contó ademas Martinillo cómo oía decir a los indios ancianos que sus mayores les decían que a ese lugar “venía algunas veces un hombre de buen rostro y mozo y les decía muchas cosas buenas”, pero que, cuando se alejaba, “venía otro hombre muy feo, pintado como ellos y les decía que no le creyesen, que era un embustero”.
Nuevamente volvía el hombre bueno, pero, al hablarles, se le veía triste y “se iba con poco fruto”; hasta que, convencido de que no le querían seguir, se alejó para siempre, dejando “la estampa de los dos pies en la piedra donde se paraba y que hasta ahora estaba así”.
En el viaje de retorno, la expedición tomó por un rumbo muy alejado. Ya en Monterrey, el gobernador Don Martín de Zavala ordenó hacer una jornada al sitio aledaño, pero se frustró la salida porque Martinillo enfermó y murió.
El cronista asocia el relato a la tradición de Quetzalcoatl y conjetura, por otra parte, que pudiera tratarse de Alvar Nuñez Cabeza de Vacao del alguno de los suyos que “parece, por buena regla de cosmografía… era forzoso que pasen por muy cerca de donde hoy es la villa de Cerralvo

EL SUEÑO PROFETICO DEL INDIO

El capitán Gonzálo Fernández de Castro fue uno de los más destacados pobladores del Nuevo Reino de León, en la primera mitad del siglo XVII. Tenpia, además de su casa en Monterrey, sus vastas propiedades en la antigua hacienda de la Pesquería Grande, actual Villa de García.
Refiere el crónista Alonso de León que hallándose el capitán una mañana en su hacienda, oyó “ruido de voces”, producidas por la gente de su encomienda que estaba realizando sus tareas en la labor.
Se acercó con rapidez haber qué sucedía y se encontró con que “un indio capitanejo” torcía la cabeza a una hija suya “de hasta siete años”.
Reprendió severamente Don Gonzalo al indio y, al preguntarle porqué intentaba matar a su pequeña hija, le respondió que lo hacía porque “habia soñado que una gran roca se desprendía de la sierra” y que los estragos que podía causar esta enorme piedra sólo podrían evitarse matando a su hija.
El capitán Fernández de Castro tuvo la precaución de retener a su lado a la niña, a fin de protergerla del supersticioso padre. Para ello, la llevó consigo a sus familiares, explicándoles lo sucedido y encargando así a ellos como a su servidumbre que cuidaran de ella.
Don Gonzalo, hombre cristiano y de amplio criterio, quedó sin embargo más que confundido, cuando “al día siguiente, al amanecer”, todos los habitantes de la hacienda que se habian levantado ya a sus tareas cotidianas, escucharon “un gran estruendo”. Era un peñasco gigantesco que, desprendiéndose desde lo mas alto, rodaba estripitosamente en la serranía.
El del indio, había resultado ser un sueño profético.

LA ESPADA QUE ARDE

En los últimos años del gobierno de Don Martín de Zavala, muerto en 1664, hubo fuertes alzamientos de los indios. Los de la parte norte de Cerralvo hasta la ribera del Río Bravo, eran los más hostiles. Daban el albazo en los lugares indefensos y los dejaban sin caballos ni ganado. Al fin de aplacarlos se organizaban compañias que salían a perseguirlos. Con ese propósito fue improvisada una que salió de Cerralvo por el rumbo del Alamo, a cargo del capitán Alonso de León.
Empezó a lloviznar y los soldados hicieron alto en el lugar más conveniente para pasar la noche. Conforme a las reglas de la milicia fueron designados los que habían de velar por los turnos.
Tocó al soldado Felipe de la Fuente, mestizo, formar parte de la guardia “de prima”. Así él como sus compañeros estuvieron al pendiente del menor movimiento que se sintiera entre le chaparral. Muchas veces los alarmó el paso fugaz de un venado, o el de un coyote. Otras, el cantod e algún ave nocturna, teniendo que discernir si lo era en realidad o si se trataba de los indios, que solían imitarlo a la perfección.
Pero esa noche hubo otro inusitado motivo de alarma. La espada de Felipe de la Fuente, que traía en la cinta, desenvainada, “comenzo a arder”. La hoja “se fue poniendo colorada desde la punta en adelante, en la forma como cuando los herreros sacan de la fragua algún hierro para batir el yunque”.
En la oscuridad de la noche, la luz de la espada ardiente se hacía más intensa. En vano el mismo soldado y sus azorados compañeros intentaban apagarla entre los dobleces de sus capotes, húmedos por la llovizna.
Lo que más les maravillaba era que no desaparecía el color del fuego y que, en cambio, el acero estuviera completamente frío.
El extraño suceso, relatado por el cronista Juan Bautista Chapa, duró “por espacio de casi una hora”. Los soldados que hacían la vela y los que despertaron el ruido producido en los intentos de apagarla, comentaron, como testigos, emitiendo encontradas opiniones.
El mismo cronista averiguó más tarde que la espada había pertenecido al difunto gobernador Martín de Zavala, discurriendo que pudo haber sucedido lo que sucedio por haberla traído “el soldado más íntimo de la compañia” y porque “se debía haber hecho más estimación de ella”.

EL SEÑOR DE LA EXPIRACION

La tradición religiosa en Nuevo León establece comunidad de origen para tres Cristos veneradisimos en el noreste: el de la Capilla, de Saltillo, el de Tlaxcala, de Bustamante, y el de expiración de Guadalupe. La piedad popular asegura que,”los tres cristos son hermanitos” .
Las fiestas titulares de los tres cristos coinciden, con ecepción del de Guadalupe con tres dias de diferencia. Los dos primeros son festejados el 6 de agosto el de la expiración el dia 9.
Sin precisar la procedencia, se afirma que venían en tres grandes cajas, formando parte del cargamento de una recua numerosa y que, en alg{un del camino se separarón para llegar al sitiio en que actualmente son venerados.
La historia, sin embargo , se ha encargado de dilucidar el origen de los primeros. El histiriador Vito Alessio Robles, siguiendo los datos que consigna a el padre Lucas de las Casas en la Novena del Cristo de la Capilla, en su edición de 1772, asienta que esta imagen fue traída ala capital de Coahuila en 1688.
Sólo el origen del Señor de Tlaxcala, existe el contratro celebrado entre la india Ana Maria y el pueblo de Tlaxacla , en 1715, para cederles el Cristo que habían traído ella y Bernabé, su marido, al entrar a poblar en el Real de las Sabinas en 1688.
Solo el origen del Señor de la Expiración no ha sido precisado y pertenece ala leyenda.
La versión, transmitida a través de la generaciones, asegura que una mula -otra versión dice que un asno cargada con una enorme caja llegó ala primitiva capilla del pueblo de Guadalupe.Con el hocico hizo sonar la campana. Españoles e indios acudierón y, al no encontar rastro alguno del duño de la bestia la despojarón de la caja, la abrieron y se dieron cuenta de que contenía la devota imagen del Señor Crucificado. La introdujeron ala capilla y al salir vieron ala bestia, muerta junto la puerta, donde la sepultaron .
Desde entonces,sin precisarse año algunopero sí desde los primeros de la función religiosa y con feria en la plaza. Anualmente tambíen ha sido sacada la imagen en proseción por las calles del lugar, concentarndo a una enorme muchedumbre de devotos.
Es fama que “cuando no quiere salir” del templo, la magen “se hace pesada “ y ni el mayor número de integrantes de la Hermandad del Señor logra levantarlo.Es fama tambíen que en tiempos de sequía era llevado a Monterrey a solicitud del Ayuntamiento de la Ciudad o del Gobierno de Nuevo León, a fin de implorar la lluvia, que nunca se hizo esperar. Como tampoco se llegó el templo después de la procesión, sin haberse mojado los asistentes por el aguacero.

miércoles, 1 de mayo de 2013

--------------------LEYENDAS MISTERIOSAS---------------------------




EL RINCON DEL DIABLO

Suena el toque de queda. Por el barrio de las Tenerías, caminaban apresuradamente, los que tarde vuelven al hogar. Cruzan ese barrio deseando llegar cuanto antes a sus casas y sin atreverse a confesar el temblor de espanto que sienten al pasar por allí.
 A lo lejos, el grito del centinela se antoja escalofriante. Envuelve al barrio un ambiente de trajedia que se adentra hasta las mismas humildes viviendas.
 Cuentan los encillos vecinos, con misterio y con horror, que el diablo noche a noche pasea por aquel rincón de la ciudad, dejando a su paso un penetrante olor a azufre.
 Por eso es, que apenas oscurece, las puertas son atrancadas, las familias se recojen y sólo rompe el silencio la voz del sereno.
 Una oscurisima noche cuando el vigilante gritaba: ¡Las doce y sereno………! los vecinos del lugar, oyeron espantados los gritos desesperados pidiendo socorro; pero todas las puertas permanecrion cerrdas nadien abrió la suya al infeliz que demandaba ayuda, y el grito perdio en el silencio de la noche.
 Al día siguiente, apenas amaneció, un abriego que se encaminaba al cercano laborío, se encontró con un hombre , que inconsiente, yacía junto a una cerca. S acercó a él para auxiliarlo y cuando y cundo volvió en sí le conto que: “trasnochador y mujeriego, venía en busca de nuevas aventuras, cuando al paso le salio un hombre envuelto en negros ropajes. En su cara, horrorosamente fea brillaban como centellas sus ojos y dejaban ver dos largas y delgadas piernas y que, teniéndolo tan cerca de él , sobrecojido de terror, logró sacar el cuchillo que siempre llevaba al cinto y lo había hundido varias veces en el pechode aquel extarño ser, sin herirlo y sin lograr que se alejara, hasta que, no pudo resistir por más tiempo las centellantes miradas que lo cegaban perdió el conocimiento”.
 Muchos de los vecinos aseguraban haber visto el mismo diablo paseando por el aquel lugar . Desde entonses se conose a ese barrio de Monterrey con el nombre de el Rincón del Diablo.

LA HIJA DESHEREDADA

Del mismo señor de Sobrevilla nos ha quedado una preciosa leyenda que se escucha todavía en los labios de los ancianos. 
Refiriendose éstos, que el acaudalado minero tenía una hija, que por su belleza era el objeto de admiración de todos los mancebos de lugar. Su orgulloso padre, había concertado su enlace con el hijo de otro acaudalado minero, cuya fortuna era, sino igual, al menos digna de consideración. 
Por el amor, que nada sabe de fortunas ni de riquezas, hizo que la bella niña se prendara locamente del más pobre gañán, que desde muy niño pastoreaba los ganados de su padre. Por demás esta decir, lo dificíl que para ellos era verse. Uno y otro contentábanse con hacerlo desde la reja de su aposento alto hasta los rediles del traspatio o al asomar la aurora cuando él iba por la angosta calleja con su hato y ella cruzaba la plaza mayor, runbo al templo custodiada por su dueña.
Llegó por fin el día señalado para su boda con el rico pretendiente. Mientras todos los modadores de la regia mansión, alegres hacen los preparativos nupciales, ella vivía horas de angustia pensando en su infelicidad y, por fin, decidió escapar con su enamorado gañán, dejando defraudadas las aspiraciones del rico pretendiente, que ya veía acrecentada su fortuna con el enlace.
Pasó el tiempo. El padre admitió nuevamente a su hija en la señorial mansión. Más ya no fue, a partir de entonces la, niña objeto de los mimos de su padre. El ofendido señor de Sobrevilla no perdonó y dictó órdenes terminantes para que se le tratara como a la última de las esclavas.
No concluyeron allí sus enojos. Investido de su autoridad desterró al gañan a los remotos y, reuniendo a toda su familia, declaró, en presencia de todos, que su hija quedaría desheredada.
La ausencia de su amado y la pena de verse despreciada y humillada abreviarón sus días.
El día de su muerte, su íracundo padre, hizo que fuese tendida en el duro suelo de la pieza principal, vestida con lo más humildes harapos.
Abrió de par en par las puertas y colocó en el piso un plato de barro para que los piadosos vecinos arrojaran algunas monedas para enterrarla de limosna, como es fama que sucedió.
Los sucesores directos e indirectos de la rancia familia de Sobrevilla que por más de una centuria han habitado el viejo caserón, aseguran averla visto vagar por los pasillos hasta asomarse a la torneada reja de su alcoba.

LA INCESTUOSA CASA DE LOS RUVALCABA

Horrendo en el relato de lo ocurrido en una casona que aún hoy levanta sus viejos muros en la que conocemos por la calle de Uruguay número 92. Se tratan de hechos monstruosos que dieron fama siniestra a la casa de los Ruvalcaba, allá en el primer cuarto del siglo XVII.

Allá por el año de 1628, es decir durante la primea cuarta parte del siglo XVII, piratas holandeses habían desembarcado en el puerto de Acapulco, muchas familias hispanas huyeron a las selvas escondiendo sus tesoros e hijas; si embargo, los piratas al mando del audaz capitán Spilberg se marcharon sin causar daño, tomaron víveres, vinos, frutas e hicieron agua dulce y se marcharon en paz. Por esos mismos días, por el canal de las Bahamas, merodeaba otro pirata sanguinario llamado Pedro Hein, este andaba en pos de naves españolas y portuguesas para arrebatarles sus tesoros; el pirata llevaba diestros artilleros y pesados cañones en ambas bandas así, el 19 de septiembre los piratas se apoderaron de una nave española que llevaba doce millones de pesos fuertes.

Por ese tiempo era virrey en Nueva España don Rodrigo Pacheco y Osorio, Marqués de Cerralvo, y todos los habitantes estaban preocupados por la presencia y hazañas de los piratas. En aquellos días vivía en la calle que se llamó de Ortega, de Tiburcio, San Agustín, de don Juan Manuel, Balvanera, San Román, Puerta Falsa de la Merced, Santiaguito y que hoy conocemos por Uruguay, un riquísimo anciano llamado don Servando de Sáenz y Ruvalcaba, quien era dueño de dos minas de oro y una de plata, cuyas vetas producían más cada día, y cuanto más tenía más avaro se hacía y su sed de atesoramiento también, evitaba el pago de diezmos y eludía llevar su metal a la Casa del Apartado. El anciano era viudo y tenía dos hijos: Manuel de 26 años y Paz de 19, pero a pesar de su abundante riqueza no les compraba nada de ropa, la poca que tenían eran casi harapos, apenas les daba de comer y no tenían criados.

Don Servando, teniendo conocimiento de los piratas que acechaban los océanos y el solo hecho de pensar en que su fortuna fuera robada, se dio a la tarea de una intensa actividad; preparó una mezcla y había comprado varios cientos de ladrillos de barro cocido, piedra y tezontle, llevó argamasa, materiales y herramientas hasta el interior de su recámara y pese a su avanzada edad y a su escaso conocimiento de albañilería, comenzó a levantar un muro.

Varias semanas después, una carreta entraba a la capital de Nueva España, al peso de la madrugada nadie osaba curiosear; el vehículo de tracción animal se detuvo ante la casa de don Servando y el caballero llamó a la puerta dando tres golpes como señal; el anciano salió a indagar quien llamaba, después con gran sigilo empezaron a descargar la preciada carga de la carreta, que eran nada menos que lingotes de oro y plata, que iba anotando meticulosamente en una libreta. Después de algunas horas de trabajo lograron descargar todos los lingotes del carromato y al poco tiempo fueron obligados a salir de la casa.

Casi al alba, don Servando había logrado meter a su recámara todos los lingotes del metal recibidos la noche anterior y después abría un cuarto secreto, el mismo que construyera en el fondo de su alcoba y en una tercera maniobra los guardaba en un cuarto secreto junto con el resto de lo que ya tenía. Concluido su trabajo, se retiró a dormir vigilando su valioso tesoro.

Al medio día llegó Pelayo, que era su administrador para recibir órdenes de trabajo; después de haber terminado sus labores, por órdenes de su patrón le comentó que muchos mancebos deseaban pedirle en matrimonio a su hija, al escucha tal cosa, el anciano se levantó furioso, como si lo hubieran movido al impulso de un resorte alegando que jamás daría en matrimonio a su hija. Esa noche don Servando tuvo horribles sueños de que sanguinarios piratas lo atacaban para despojarlo de su incalculable tesoro y que uno de esos feroces piratas se robaba a su hija Paz; el anciano despertó de tan tremendo sueño gritando desesperado y tardó tiempo para volver a la realidad y comprobar que todo había sido un mal sueño. El resto de la noche ya no pudo dormir pensando en su hija, en su tesoro y en todo; ya para el amanecer su mente enferma había ideado un plan incestuoso y perverso, en cuanto se levantó mando llamar a sus dos hijos y dijo que para que un aventurero no se hiciera de su fortuna debían casarse entre ambos. Los hermanos quedaron mudos unos momentos, estupefactos, incrédulos ante aquella orden y esta vez Paz rompió el silencio diciendo que eso que planeaba era horrible, después la secundó su hermano tachando de monstruoso ese casamiento.

Don Servando al ver que los muchachos se negaban les dio tres días para “recapacitar”, mientras se cumplía el plazo a cada uno los encerró en su alcoba teniéndolos a pan y agua; si pasado ese tiempo se seguían negando los dejaría morir de hambre.

Estaban por completarse los tres días de castigo a pan y agua de los muchachos, cuando recibió la visita urgente de don Pelayo , su administrador para darle la terrible noticia de que una de las minas se había derrumbado debido a las torrenciales lluvias y amenazaba con inundarse; muchos hombres habían muerto (claro, eso no le importaba a don Servando). Una hora después el viejo cerraba precipitadamente su casa con las más fuertes cerraduras y cadenas que había y sin preocuparle nada más que su querida mina ordenó a su administrador partir en el acto.

El anciano se dedicó en cuerpo y alma a la titánica tarea de despejar la mina de derrumbes y cadáveres sin importarle la lluvia dirigía los trabajos de desagüe del mineral, el cuál duró varios días con la consecuencia de que don Servando cayera gravemente enfermo y ante la imposibilidad de trasladarlo a la capital don Pelayo lo atendió en su casa.

Tres meses después ya aliviado completamente, el anciano regresó a la capital y lo primero que hizo fue corroborar que las cerraduras estuvieran intactas, después fue al cuarto secreto donde guardaba sus lingotes de oro y plata y por último fue a abrir la puerta de cada cuarto de sus hijos; encontró a ambos muertos, descarnados, en una posición de angustia sobre el suelo, los pobres desdichados habían muerto de sed y hambre y las larvas se los habían comido, quedando solo horripilantes despojos y evidencia de una terrible agonía. El cruel avaro, lejos de condolerse por la muerte de sus hijos estalló en risotadas pues así ya no iba a tener que gastar en ellos un centavo; nada había más importante para el viejo que su tesoro, casi perdiendo el juicio colocó los esqueletos de sus hijos a la mesa y fingía hablar con ellos, convivir. Don Servando era tan miserable que cocía un caldo a base de hueso de jamón que le duraba ¡meses! y lo acompañaba con vino.

Una de las minas aumentaba su producción, así del mismo modo la codicia del anciano y su locura; una noche en vez de recibir ochenta quintales recibió la nada despreciable cantidad de doscientos once, mucho más oro que nunca la pila del preciado metal iba en aumento.

Un día de pronto la casa quedó en silencio, pasaron los meses y don Pelayo temiendo una desgracia fue a buscar la ayuda de la justicia; llegaron al lugar llamando a la puerta sin obtener respuesta, entonces todos entraron respirando una aire tétrico a humedad y abandono y de pronto los soldados hicieron el macabro descubrimiento de los muchachos muertos sentados a la mesa. A los despojos se les dio sepultura, pero de don Servando nunca se supo nada, pasaron los años y la casa se convirtió en ruinas.

En la segunda mitad del siglo XVII se funda el mayorazgo de los Cortina y esta familia compra la casona; en 1725 doña María Ana de Gómez de la Cortina hereda el condado de su apellido y casa con primo Vicente y aunque son dueños de inmensa fortuna y el mayorazgo, un golpe de suerte los hace todavía todavía más ricos, pues al derribar la puerta secreta hallan la fabulosa fortuna y el esqueleto de don Servando, que murió sepultado por su querido oro.

Esto es lo que sucedió en esta casa, que hoy podemos ver con el número 92 de las calles de Uruguay y hasta la fecha se le conoce como Palacio de los Condes de la Cortina y de la macabra leyenda no queda sino el terror y un amargo recuerdo.

LA CASA DE LOS HERMANOS MALDITOS

En esta calle todavía existe una vieja casona entre las Calles de Cinco de Febrero e Isabel la Católica, que durante la noche causa pavor a quien pase, debido a los macabros sucesos que tuvieron lugar. Desde la época de la colonia esa casona siempre tuvo muy mala fama, de ahí nació ese nombre que tuvo por muchos años.
Corría el año de 1611, cuando ese lugar era habitado por Florián Rivadeneyra y Lucinda de Zavala, que nunca habían tomado los votos matrimoniales, solo eran una pareja de borrascosos amantes y sus aventuras de amor desenfrenado causaban gran escándalo entre los habitantes, quienes continuamente decían que con sus actitudes llenaban las calles de vergüenza y pecado. Aquella gente exigía castigo para aquellos pasionales amantes, pues conductas indecorosas iban en contra de la moral y las buenas costumbres de un ciudadano decente.

Una noche, dos caballeros caminaban por aquella calle, y al pasar cerca de la casa escucharon los gemidos desenfrenados de los amantes, como de costumbre cada noche y que representaban una gran ofensa y oprobio para todas las personas; aquellos caballeros comentaron que la pareja debía de ser castigada, cuando en ese momento observan a fray Dorantes a los lejos, que era un fraile ejemplar apegado a los preceptos que dicta la Santa Madre Iglesia y de una gran devoción; el religioso se acercó a saludar a aquellos caballeros, y al mismo tiempo se oía una oleada de risas eufóricas.
Los hombres preguntaron al fraile si no era posible que Florián y Lucinda fueran castigados por las leyes cristianas, fray Dorantes contestó que nada podía hacer, pero que había una justicia divina que tarde ó temprano iba a castigarlos severamente por sus aquellos terribles pecados.

En la casa, cada noche era de continuos excesos de amor, vino, risas, cantos y fiestas, en pocas palabras: una auténtica orgía. El amor que se tenían aquellos amantes era tanto, que hasta los sirvientes salían corriendo a esconderse detrás de las cortinas de terciopelo rojo. Y aquel lugar, que un día fuera tema de comentario de los ciudadanos, dejó de serlo cuando de repente una noche no hubo ruido alguno, pasando así algunas semanas en que reinaba la paz y tranquilidad. De repente una noche los vecinos despertaron precipitadamente al escuchar unos gritos, y vieron a un hombre en el balcón gritándole a su amada.

Aquella fue la última vez que los vecinos vieran a Florián, pues cuenta la leyenda que desde esa noche lo único que hubo después fueron sombras y silencio; lo único vivo que había en la casona era un sirviente que todas las noche salía a encender el farol, pero un día también abandonó el lugar, igual que toda la demás servidumbre. Se dice que aquel criado fue a ver al licenciado don Miguel Osornio y Huicochea, que era apoderado de Florián; le entregó las llaves de la casa y un sobre cerrado.

La desaparición de los fogosos amantes llegó a iodos de las autoridades virreinales, que iniciaron una investigación para aclarar aquel misterio, e hicieron llamar al licenciado Osornio, quien declaró lo siguiente:
“Solo puedo decirles que los dueños de la casa están en Perú, ya que de acuerdo a las instrucciones escritas que me entregó el criado del caballero Rivadeneyra, envié allá el dinero, fruto de la venta de sus bienes y en cuanto la casa sea vendida, de inmediato enviaré el dinero”.

Las autoridades eclesiásticas le pidieron las llaves de la casa al licenciado, para hacer una investigación más profunda, pues se decía que los amantes habían sido asesinados y que ese lugar estaba maldito. Cuando los alguaciles fueron a la casona no encontraron rastro alguno de violencia; el tiempo pasó y la casona no pudo ser vendida porque los rumores de que ahí habitaban fantasmas cada vez iban más en aumento.

En abril de 1614, llegaron a Nueva España don Cosme Jiménez Catalám y sus dos hijos Cosme y Cecilia; se hospedaron en una posada que se encontraba en las calles de Balvanera, en donde fueron visitados por su amigo don Pedro de Alcántara. El objetivo de don Cosme era casar a sus hijos con personas prominentes, a lo cuál su camarada le comento que no le sería difícil, ya que provenían de noble cuna.

Don Cosme tenía interés en comprar la casona de Mesones, la gente le advirtió que ahí vivían almas en pena y seres malignos; pero el hombre hizo caso omiso de las advertencias y compró la casona, trasladándose a ella el 19 de septiembre de ese mismo año. Todos se instalaron en sus respectivas habitaciones, sintiendo cada uno de ellos una extraña sensación, Cecilia se estremeció con un desagradable escalofrío.

Nadie supo lo que había pasado, se dice que los espíritus de los amantes hicieron contacto con el cuerpo de los hermanos, y en efecto fue así; los espectros habían encontrado cuerpos físicos en que materializarse

Pasaron dos semanas y no ocurrió nada extraño, todo lo contrario, don Cosme andaba muy entusiasmado con los preparativos de la fiesta, donde sus hijos serían presentados ante la alta sociedad de Nueva España. Esa misma noche el feliz padre escuchó unas voces que venían de la planta baja, tomó una vela y bajo las escaleras para reprender a sus hijos por aquel escándalo, pero al llegar a la estancia, se quedo mudo ante lo que vio: ¡Sus dos hijos estaban besándose y riéndose como lujuriosos amantes!

Don Cosme incrédulo y alarmado, gritó con desesperación se detuvieran, y les pidió una explicación ante su incestuosa conducta; los hermanos se desmayaron y al despertar no recordaban nada de lo ocurrido. Cada noche se repetía la misma escena y claro, esto no pudo pasar inadvertido a los criados y al poco tiempo los habitantes de la colonia ya estaban al tanto, y si pasaban cerca de la casa maldita lo hacían rápidamente.

Don Cosme sin saber que hacer, solicitó la ayuda del santo varón fray Baltasar de Rebollo; al contarle todo lo acontecido con sus hijos, el religioso le relató la historia de los amantes borrascosos que en vida habían habitado esa casona y que ahora sus espíritus errantes poseían los cuerpos de los muchachos para satisfacer sus más bajas pasiones; y la única solución era que uno de ellos debía morir.

El angustiado padre estuvo meditando en las palabras del varón, entonces esa misma noche tomo su arco y su flecha, se escondió tras una cortina mientras y le dio un flechazo al corazón de Cecilia, cayendo al suelo sin vida mientras el espíritu que todavía estaba en el cuerpo del mancebo gritaba de angustia.

Cuenta la leyenda que Cosme tomó a la muerta en sus brazos al sótano, seguido por don Cosme, gray Rebollo y dos representantes de la ley; dejó a la joven en rincón y juró alcanzarla para amarla por la eternidad. El fraile hizo los conjuros para romper aquella maldición; y dicen los documentos del Santo Oficio que los sortilegios se rompieron en mil pedazos, al tiempo Cosme quedó liberado y vio a su hermana muerta, su padre intentó consolarlo suplicándole no le pidiera explicaciones.

Una vez que salieron padre e hijo del sótano, los hombres que trajera fray Rebollo comenzaron a excavar siguiendo sus instrucciones; en ese lugar encontraron los esqueletos de los amantes, que se encontraban unidos fuertemente por un abrazo; el religioso hizo un conjuro para deshacer aquel abrazo maldito; y en ese momento se escucharon unos horribles lamentos.

Don Cosme y su hijo abandonaron aquel maldito lugar y regresaron a España. Nunca se supo quien mató a Florián y Lucinda, ni quien los sepultó abrazados.

Los documentos de la época dicen que el abogado era la única persona capaz de explicarlo, pero un día desapareció sin dejar rastro y este misterio jamás pudo ser resuelto.