Cuenta lo sucedido a principios
del siglo XX al sereno Ángel María, encargado de encender los faroles en las
noches y dar las horas cuando en Zaruma aún no había un reloj publico. El
sereno vivía en el barrio San Francisco y cierta noche escuchó el llamado
desesperado de un viajero a quién se le apareció el diablo en el sitio la
Calderona, un lugar tétrico que desemboca en un barranco.
“¡Ángel
María! ¡Ángel María! ¡Por Dios, socórreme!
Gritaba desesperado el infortunado hombre.
El “Negro” Angel Maria sale
angustiado a ver qué pasa y ¡Oh sorpresa! Observa que el hombre se acercaba
montando un asustado burro y con el Diablo al anca. Presuroso el sereno penetra
a su casa y regresa de inmediato con un crucifijo bendito; Cristo clavado en la
cruz que había recibido en la Iglesia por muchas ocasiones baños de agua
bendita; ante esta circunstancia, el bulto maléfico se desprendió y rodo
barranco abajo haciendo un ruido tremendo. Su cuerpo peludo se fue perdiendo en
la obscuridad, aunque sus ojos de braza, como “puchos” encendidos de cigarro,
aun se dejaban ver lejos.
El hombre que vivió el
terrorífico episodio cayó desde la silla de montar al suelo, sin conocimiento,
mientras que el burro bajaba la calle San Francisco a carrera desenfrenada…
Unos vecinos acudieron al
bullicio, trataron de ver al diablo pero fue imposible, únicamente un hombre
con palidez de muerte yacía desmayado mientras el ambiente se impregnaba de
olor a azufre quemado y una fetidez de porquería…………”
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