miércoles, 1 de mayo de 2013

LA CASA DE LOS HERMANOS MALDITOS

En esta calle todavía existe una vieja casona entre las Calles de Cinco de Febrero e Isabel la Católica, que durante la noche causa pavor a quien pase, debido a los macabros sucesos que tuvieron lugar. Desde la época de la colonia esa casona siempre tuvo muy mala fama, de ahí nació ese nombre que tuvo por muchos años.
Corría el año de 1611, cuando ese lugar era habitado por Florián Rivadeneyra y Lucinda de Zavala, que nunca habían tomado los votos matrimoniales, solo eran una pareja de borrascosos amantes y sus aventuras de amor desenfrenado causaban gran escándalo entre los habitantes, quienes continuamente decían que con sus actitudes llenaban las calles de vergüenza y pecado. Aquella gente exigía castigo para aquellos pasionales amantes, pues conductas indecorosas iban en contra de la moral y las buenas costumbres de un ciudadano decente.

Una noche, dos caballeros caminaban por aquella calle, y al pasar cerca de la casa escucharon los gemidos desenfrenados de los amantes, como de costumbre cada noche y que representaban una gran ofensa y oprobio para todas las personas; aquellos caballeros comentaron que la pareja debía de ser castigada, cuando en ese momento observan a fray Dorantes a los lejos, que era un fraile ejemplar apegado a los preceptos que dicta la Santa Madre Iglesia y de una gran devoción; el religioso se acercó a saludar a aquellos caballeros, y al mismo tiempo se oía una oleada de risas eufóricas.
Los hombres preguntaron al fraile si no era posible que Florián y Lucinda fueran castigados por las leyes cristianas, fray Dorantes contestó que nada podía hacer, pero que había una justicia divina que tarde ó temprano iba a castigarlos severamente por sus aquellos terribles pecados.

En la casa, cada noche era de continuos excesos de amor, vino, risas, cantos y fiestas, en pocas palabras: una auténtica orgía. El amor que se tenían aquellos amantes era tanto, que hasta los sirvientes salían corriendo a esconderse detrás de las cortinas de terciopelo rojo. Y aquel lugar, que un día fuera tema de comentario de los ciudadanos, dejó de serlo cuando de repente una noche no hubo ruido alguno, pasando así algunas semanas en que reinaba la paz y tranquilidad. De repente una noche los vecinos despertaron precipitadamente al escuchar unos gritos, y vieron a un hombre en el balcón gritándole a su amada.

Aquella fue la última vez que los vecinos vieran a Florián, pues cuenta la leyenda que desde esa noche lo único que hubo después fueron sombras y silencio; lo único vivo que había en la casona era un sirviente que todas las noche salía a encender el farol, pero un día también abandonó el lugar, igual que toda la demás servidumbre. Se dice que aquel criado fue a ver al licenciado don Miguel Osornio y Huicochea, que era apoderado de Florián; le entregó las llaves de la casa y un sobre cerrado.

La desaparición de los fogosos amantes llegó a iodos de las autoridades virreinales, que iniciaron una investigación para aclarar aquel misterio, e hicieron llamar al licenciado Osornio, quien declaró lo siguiente:
“Solo puedo decirles que los dueños de la casa están en Perú, ya que de acuerdo a las instrucciones escritas que me entregó el criado del caballero Rivadeneyra, envié allá el dinero, fruto de la venta de sus bienes y en cuanto la casa sea vendida, de inmediato enviaré el dinero”.

Las autoridades eclesiásticas le pidieron las llaves de la casa al licenciado, para hacer una investigación más profunda, pues se decía que los amantes habían sido asesinados y que ese lugar estaba maldito. Cuando los alguaciles fueron a la casona no encontraron rastro alguno de violencia; el tiempo pasó y la casona no pudo ser vendida porque los rumores de que ahí habitaban fantasmas cada vez iban más en aumento.

En abril de 1614, llegaron a Nueva España don Cosme Jiménez Catalám y sus dos hijos Cosme y Cecilia; se hospedaron en una posada que se encontraba en las calles de Balvanera, en donde fueron visitados por su amigo don Pedro de Alcántara. El objetivo de don Cosme era casar a sus hijos con personas prominentes, a lo cuál su camarada le comento que no le sería difícil, ya que provenían de noble cuna.

Don Cosme tenía interés en comprar la casona de Mesones, la gente le advirtió que ahí vivían almas en pena y seres malignos; pero el hombre hizo caso omiso de las advertencias y compró la casona, trasladándose a ella el 19 de septiembre de ese mismo año. Todos se instalaron en sus respectivas habitaciones, sintiendo cada uno de ellos una extraña sensación, Cecilia se estremeció con un desagradable escalofrío.

Nadie supo lo que había pasado, se dice que los espíritus de los amantes hicieron contacto con el cuerpo de los hermanos, y en efecto fue así; los espectros habían encontrado cuerpos físicos en que materializarse

Pasaron dos semanas y no ocurrió nada extraño, todo lo contrario, don Cosme andaba muy entusiasmado con los preparativos de la fiesta, donde sus hijos serían presentados ante la alta sociedad de Nueva España. Esa misma noche el feliz padre escuchó unas voces que venían de la planta baja, tomó una vela y bajo las escaleras para reprender a sus hijos por aquel escándalo, pero al llegar a la estancia, se quedo mudo ante lo que vio: ¡Sus dos hijos estaban besándose y riéndose como lujuriosos amantes!

Don Cosme incrédulo y alarmado, gritó con desesperación se detuvieran, y les pidió una explicación ante su incestuosa conducta; los hermanos se desmayaron y al despertar no recordaban nada de lo ocurrido. Cada noche se repetía la misma escena y claro, esto no pudo pasar inadvertido a los criados y al poco tiempo los habitantes de la colonia ya estaban al tanto, y si pasaban cerca de la casa maldita lo hacían rápidamente.

Don Cosme sin saber que hacer, solicitó la ayuda del santo varón fray Baltasar de Rebollo; al contarle todo lo acontecido con sus hijos, el religioso le relató la historia de los amantes borrascosos que en vida habían habitado esa casona y que ahora sus espíritus errantes poseían los cuerpos de los muchachos para satisfacer sus más bajas pasiones; y la única solución era que uno de ellos debía morir.

El angustiado padre estuvo meditando en las palabras del varón, entonces esa misma noche tomo su arco y su flecha, se escondió tras una cortina mientras y le dio un flechazo al corazón de Cecilia, cayendo al suelo sin vida mientras el espíritu que todavía estaba en el cuerpo del mancebo gritaba de angustia.

Cuenta la leyenda que Cosme tomó a la muerta en sus brazos al sótano, seguido por don Cosme, gray Rebollo y dos representantes de la ley; dejó a la joven en rincón y juró alcanzarla para amarla por la eternidad. El fraile hizo los conjuros para romper aquella maldición; y dicen los documentos del Santo Oficio que los sortilegios se rompieron en mil pedazos, al tiempo Cosme quedó liberado y vio a su hermana muerta, su padre intentó consolarlo suplicándole no le pidiera explicaciones.

Una vez que salieron padre e hijo del sótano, los hombres que trajera fray Rebollo comenzaron a excavar siguiendo sus instrucciones; en ese lugar encontraron los esqueletos de los amantes, que se encontraban unidos fuertemente por un abrazo; el religioso hizo un conjuro para deshacer aquel abrazo maldito; y en ese momento se escucharon unos horribles lamentos.

Don Cosme y su hijo abandonaron aquel maldito lugar y regresaron a España. Nunca se supo quien mató a Florián y Lucinda, ni quien los sepultó abrazados.

Los documentos de la época dicen que el abogado era la única persona capaz de explicarlo, pero un día desapareció sin dejar rastro y este misterio jamás pudo ser resuelto.

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