En esta calle todavía existe una vieja casona entre las Calles de Cinco
de Febrero e Isabel la Católica, que durante la noche causa pavor a
quien pase, debido a los macabros sucesos que tuvieron lugar. Desde la
época de la colonia esa casona siempre tuvo muy mala fama, de ahí nació
ese nombre que tuvo por muchos años.
Corría el año de 1611, cuando ese lugar era habitado por Florián
Rivadeneyra y Lucinda de Zavala, que nunca habían tomado los votos
matrimoniales, solo eran una pareja de borrascosos amantes y sus
aventuras de amor desenfrenado causaban gran escándalo entre los
habitantes, quienes continuamente decían que con sus actitudes llenaban
las calles de vergüenza y pecado. Aquella gente exigía castigo para
aquellos pasionales amantes, pues conductas indecorosas iban en contra
de la moral y las buenas costumbres de un ciudadano decente.
Una noche, dos caballeros caminaban por aquella calle, y al pasar cerca
de la casa escucharon los gemidos desenfrenados de los amantes, como de
costumbre cada noche y que representaban una gran ofensa y oprobio para
todas las personas; aquellos caballeros comentaron que la pareja debía
de ser castigada, cuando en ese momento observan a fray Dorantes a los
lejos, que era un fraile ejemplar apegado a los preceptos que dicta la
Santa Madre Iglesia y de una gran devoción; el religioso se acercó a
saludar a aquellos caballeros, y al mismo tiempo se oía una oleada de
risas eufóricas.
Los hombres preguntaron al fraile si no era posible que Florián y
Lucinda fueran castigados por las leyes cristianas, fray Dorantes
contestó que nada podía hacer, pero que había una justicia divina que
tarde ó temprano iba a castigarlos severamente por sus aquellos
terribles pecados.
En la casa, cada noche era de continuos excesos de amor, vino, risas,
cantos y fiestas, en pocas palabras: una auténtica orgía. El amor que se
tenían aquellos amantes era tanto, que hasta los sirvientes salían
corriendo a esconderse detrás de las cortinas de terciopelo rojo. Y
aquel lugar, que un día fuera tema de comentario de los ciudadanos, dejó
de serlo cuando de repente una noche no hubo ruido alguno, pasando así
algunas semanas en que reinaba la paz y tranquilidad. De repente una
noche los vecinos despertaron precipitadamente al escuchar unos gritos, y
vieron a un hombre en el balcón gritándole a su amada.
Aquella fue la última vez que los vecinos vieran a Florián, pues cuenta
la leyenda que desde esa noche lo único que hubo después fueron sombras y
silencio; lo único vivo que había en la casona era un sirviente que
todas las noche salía a encender el farol, pero un día también abandonó
el lugar, igual que toda la demás servidumbre. Se dice que aquel criado
fue a ver al licenciado don Miguel Osornio y Huicochea, que era
apoderado de Florián; le entregó las llaves de la casa y un sobre
cerrado.
La desaparición de los fogosos amantes llegó a iodos de las autoridades
virreinales, que iniciaron una investigación para aclarar aquel
misterio, e hicieron llamar al licenciado Osornio, quien declaró lo
siguiente:
“Solo puedo decirles que los dueños de la casa están en Perú, ya que de
acuerdo a las instrucciones escritas que me entregó el criado del
caballero Rivadeneyra, envié allá el dinero, fruto de la venta de sus
bienes y en cuanto la casa sea vendida, de inmediato enviaré el dinero”.
Las autoridades eclesiásticas le pidieron las llaves de la casa al
licenciado, para hacer una investigación más profunda, pues se decía que
los amantes habían sido asesinados y que ese lugar estaba maldito.
Cuando los alguaciles fueron a la casona no encontraron rastro alguno de
violencia; el tiempo pasó y la casona no pudo ser vendida porque los
rumores de que ahí habitaban fantasmas cada vez iban más en aumento.
En abril de 1614, llegaron a Nueva España don Cosme Jiménez Catalám y
sus dos hijos Cosme y Cecilia; se hospedaron en una posada que se
encontraba en las calles de Balvanera, en donde fueron visitados por su
amigo don Pedro de Alcántara. El objetivo de don Cosme era casar a sus
hijos con personas prominentes, a lo cuál su camarada le comento que no
le sería difícil, ya que provenían de noble cuna.
Don Cosme tenía interés en comprar la casona de Mesones, la gente le
advirtió que ahí vivían almas en pena y seres malignos; pero el hombre
hizo caso omiso de las advertencias y compró la casona, trasladándose a
ella el 19 de septiembre de ese mismo año. Todos se instalaron en sus
respectivas habitaciones, sintiendo cada uno de ellos una extraña
sensación, Cecilia se estremeció con un desagradable escalofrío.
Nadie supo lo que había pasado, se dice que los espíritus de los amantes
hicieron contacto con el cuerpo de los hermanos, y en efecto fue así;
los espectros habían encontrado cuerpos físicos en que materializarse
Pasaron dos semanas y no ocurrió nada extraño, todo lo contrario, don
Cosme andaba muy entusiasmado con los preparativos de la fiesta, donde
sus hijos serían presentados ante la alta sociedad de Nueva España. Esa
misma noche el feliz padre escuchó unas voces que venían de la planta
baja, tomó una vela y bajo las escaleras para reprender a sus hijos por
aquel escándalo, pero al llegar a la estancia, se quedo mudo ante lo que
vio: ¡Sus dos hijos estaban besándose y riéndose como lujuriosos
amantes!
Don Cosme incrédulo y alarmado, gritó con desesperación se detuvieran, y
les pidió una explicación ante su incestuosa conducta; los hermanos se
desmayaron y al despertar no recordaban nada de lo ocurrido. Cada noche
se repetía la misma escena y claro, esto no pudo pasar inadvertido a los
criados y al poco tiempo los habitantes de la colonia ya estaban al
tanto, y si pasaban cerca de la casa maldita lo hacían rápidamente.
Don Cosme sin saber que hacer, solicitó la ayuda del santo varón fray
Baltasar de Rebollo; al contarle todo lo acontecido con sus hijos, el
religioso le relató la historia de los amantes borrascosos que en vida
habían habitado esa casona y que ahora sus espíritus errantes poseían
los cuerpos de los muchachos para satisfacer sus más bajas pasiones; y
la única solución era que uno de ellos debía morir.
El angustiado padre estuvo meditando en las palabras del varón, entonces
esa misma noche tomo su arco y su flecha, se escondió tras una cortina
mientras y le dio un flechazo al corazón de Cecilia, cayendo al suelo
sin vida mientras el espíritu que todavía estaba en el cuerpo del
mancebo gritaba de angustia.
Cuenta la leyenda que Cosme tomó a la muerta en sus brazos al sótano,
seguido por don Cosme, gray Rebollo y dos representantes de la ley; dejó
a la joven en rincón y juró alcanzarla para amarla por la eternidad. El
fraile hizo los conjuros para romper aquella maldición; y dicen los
documentos del Santo Oficio que los sortilegios se rompieron en mil
pedazos, al tiempo Cosme quedó liberado y vio a su hermana muerta, su
padre intentó consolarlo suplicándole no le pidiera explicaciones.
Una vez que salieron padre e hijo del sótano, los hombres que trajera
fray Rebollo comenzaron a excavar siguiendo sus instrucciones; en ese
lugar encontraron los esqueletos de los amantes, que se encontraban
unidos fuertemente por un abrazo; el religioso hizo un conjuro para
deshacer aquel abrazo maldito; y en ese momento se escucharon unos
horribles lamentos.
Don Cosme y su hijo abandonaron aquel maldito lugar y regresaron a
España. Nunca se supo quien mató a Florián y Lucinda, ni quien los
sepultó abrazados.
Los documentos de la época dicen que el abogado era la única persona
capaz de explicarlo, pero un día desapareció sin dejar rastro y este
misterio jamás pudo ser resuelto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario