Durante la época del Virreynato, medio siglo después que don Diego
Fernández de Córdoba, Marquez de Guadalcazar decimotercer virrey de la
Nueva España, por real cedula autorizó que fuera fundada allá por el año
de gracia 16 a 18 sobre las fértiles tierras conocidas entonces como
lomas de Huilango, la muy noble y leal villa a la que otorgó entre otros
privilegios la de de llevar por nombre su regio apellido, cuenta que
había en el lugar una hermosísima mujer cuya procedencía nadie conocía.
No se sabe el sitio exacto donde vivía, aunque los viejos relatos
aseguran que tuvo su casa en la hacienda de la Trinidad Chica, que en
aquellos años fuera propiedad de los marqueses de sierra nevada. Otras
consejas cuentan que vivía en una vieja casona que tenía entrada sobre
el antigüo callejón Pichocalco, rumbo al arroyo conocido como Río de San
Antonio. A través de los años, su recuerdo quedó envuelto en el
misterio y en la leyenda. Esta mujer llevó el romántico nombre de la
Mulata de Córdoba.
Según datos, era tan hermosa que todos los hombres del lugar estaban
prendados de su belleza. Mujer de sangre negra y española, pertenecia
por su nacimiento a esa clase social tan despreciada durante la colonia,
clase menospreciada y señalada como inferior por la ignorancia y la
intransigencia de la época.
Sin embargo, dice la narración que la Mulata de córdoba era orgullosa y
altiva, dotada de singular encanto, morena y esbelta, con la gracia que
caracteriza a las mujeres africanas que habitaban las regiones del alto
Nilo, quizá por el príncipe Yanga y la tribu Yag-Bara. De estirpe ibera,
heredada por el linaje español, sus grandes ojos almendrados y llenos
de misterio su piel dorada y cálida producto de dos razas que al
mezclarse pudieron dar forma a una mujer bella y ajena a otro trato
social, recorría a pie las calles de la villa, por cenderos y veredas
buscando las cabañas de los esclavos a quienes socorría y curaba, pues
era muy entendida en las artes de la medicina.
También curaba a los campesinos que la solicitaban por los rumbos de San
Miguel Amatlán, el Zopilote y San José. Continuamente se le veía
caminando bajo el ardiente sol del medio día y subiendo y bajando lomas,
acompañada por algún enviado de las personas que solicitaban sus
servicios, los que generalmente eran humildes campesinos. Pero habían
algunas familias de alto rango que secretamente solicitaban sus
servicios, para consultar los horóscopos. Y en esta forma con el correr
de los días la fama de la bella Mulata se fue extendiendo poco a poco
por el pueblo. Bajo un largo pesado chal donde ocultaba el rostro y la
figura, no faltó quien adivinara al pasar, los hermosos ojos grandes y
llenos de misterio, y la boca sensual y roja.
Pero en vano fue requerida de amores; las puertas de su casa permanecían
siempre cerradas para los enamorados galanes y los caballeros mejor
nacidos de la Villa de Córdoba que rechazados tenían que aceptar
humillados su derrota.
En aquellos años de epidemias y calamidades, cuentan que valiéndose
únicamente de las muchas hierbas que conocía, empezó a realizar
curaciones que parecían maravillosas, a conjurar tormentas y a predecir
eclipses, pronto la superstición se encargó de decir que la hermosa
mulata tenía pacto con el diablo, y como la veían vestirse con finos
vestidos se dió por aceptada que poseía mágicos poderes. Se contaba
también que por las noches, en su casa se escuchaban extraños lamentos y
que veían salir llamas de sus cerradas puertas, y cuando algunas
personas la espiaban, las atacaba y después perdíase en la obscura noche
sin dejar rastro. En varias ocasiones fue vista simultáneamente en
distintos rumbos de la Villa, pues poseía también el don de la
ubicuidad.
Todos estos consejos llegarón pronto a oídos del Tribunal de la
Inquisición, muy severa en aquellos años con los individuos y en
Salmitas a quienes castigaban durante con los famosos Autos de Fé,
juzgándoseles como brujos o charlatanes. Aunque no se sabe si fue
sorprendida practicando la magia, el caso es que los viejos relatos
afirman que fue conducida al puerto de Veracruz, donde se le hizo
encarcelar en el Castillo de San Juan de Ulúa para ser juzgada como
hechicera.
Allí fué encerrada en una de las celdas donde pasaba las horas tras los,
pesados barrotes a la vista del carcelero. Un día la hermosa joven
quien a base de buenos tratos se había ganado la estimación de su
guardián, le rogó amablemente que le consiguiera un pedazo de carbón.
Extrañado el guardián por tan raro antojo, pero ansioso de servir a tan
bella prisionera, el hombre llevó a la celda lo que aquella mujer pedía.
Dice la leyenda que la Mulata dibujó sobre las sombrías paredes, una
ligera nave con blancas velas desplegadas que parecían mecerse sobre las
olas. El carcelero, admirado, le preguntó que significaba aquel
prodigio. Cuenta que la joven, con una encantadora sonrisa, le comentó
que en ese hermoso velero iba a cruzar el mar, y dando un gracioso salto
subió a cubierta diciendo adios al asombrado guardián que la vío
esfumarse con la nave por una esquina del obscuro calabozo.
Al día siguiente se dieron cuenta los demás guardianes que su compañero
se encontraba con las manos sobre los barrotes y que había perdido la
razón; dieron parte al jefe del presidio que la jóven Mulata no se
encontraba en el interior de la prisión.
Del fondo del recuerdo, a través de la bruma de los siglos, y envuelta
en los ropajes de la fantasía, la romántica figura de la Mualta de
Córdoba, pasó ante nosotros altiva y misteriosa, dejándose tras de sí un
suave perfume de poesía y de leyenda.
No hay comentarios:
Publicar un comentario